Arcos de la Frontera: por qué nos gusta tanto este pueblo de Cádiz

Este es de los pueblos que crean una especie de adicción, tipo Altea, Mijas o Frigiliana, por no hablar de Paros, en la Grecia del mar Egeo. Arcos de la Frontera es un rosario de monumentos, cierto, pero en sí, por dónde está, por cómo está y por su proverbial blancura, que decíamos de Vejer, también una obra de arte. Bello que no se puede aguantar, que se note que estamos en el sur. Aquí hay duende y poderío para dar y regalar. Nos vamos. 1. Una puerta a los pueblos blancos. No podía haber un comienzo mejor para la Ruta de los Pueblos Blancos, la que te llevará por Setenil de las Bodegas, Zahara de la Sierra o Grazalema. Arcos de la Frontera es muy moro -su trazado y sus laberínticas calles lo delatan- y también muy cristiano -el despliegue de templos, capillas y conventos es bárbaro-. A esto hay que sumar el castillo de los Duques, la Puerta de Matrera, la que queda del recinto amurallado, y todos sus palacios y casas señoriales. Sin exagerar, una joya. Fue capital de la Taifa de Arcos y ducado. Se nota. La iglesia de San Francisco. (Foto: Turismo Arcos de la Frontera) 2. El Cádiz sin playa. Más allá de Tarifa, de Bolonia, de Los Caños de Meca, de Barbate y Conil, lejos pero no mucho de las playas infinitas y los deseados atardeceres, de los chiringuitos y el wind y kite surf, está este otro Cádiz serrano, el de Arcos, subido a un cerro y asomado al rio Guadalete, y a solo 67 kilómetros de la capital. Más cosas: se roza con Ubrique, que es el reino de la artesanía en piel en nuestro país (y fuera de él), y con el gran Jerez, también de la Frontera. Por situarnos. Los restos de la muralla árabe. (Foto: Turismo Arcos de la Frontera) 3. Vaya, vaya... sí la hay. Es artificial, de 250 metros de largo su orilla, pero tiene hasta restaurante con terraza y club náutico, con lo que se puede practicar pádel surf, piragua, vela, esquí acuático, dar un paseo en barca y bañarse, claro. Se llama El Santiscal y está en el paraje natural Cola del Embalse de Arcos, un lugar perfecto para avistar aves (el águila pescadora o el ánade real). 4. Artesanía a gogó. Arcos es, se mire por donde se mire, para volverse loco (de placer). También en cuestiones de artesanía, porque no solo le da a la cerámica -encontrarás talleres de alfareros-, sino también a los telares -los hay que datan del siglo XVIII-, el esparto y el hierro forjado. Lo que pasa cuando uno viaja a Marruecos, pero aquí.

Este es de los pueblos que crean una especie de adicción, tipo Altea, Mijas o Frigiliana, por no hablar de Paros, en la Grecia del mar Egeo. Arcos de la Frontera es un rosario de monumentos, cierto, pero en sí, por dónde está, por cómo está y por su proverbial blancura, que decíamos de Vejer, también una obra de arte. Bello que no se puede aguantar, que se note que estamos en el sur. Aquí hay duende y poderío para dar y regalar. Nos vamos.

1. Una puerta a los pueblos blancos. No podía haber un comienzo mejor para la Ruta de los Pueblos Blancos, la que te llevará por Setenil de las Bodegas, Zahara de la Sierra o Grazalema. Arcos de la Frontera es muy moro -su trazado y sus laberínticas calles lo delatan- y también muy cristiano -el despliegue de templos, capillas y conventos es bárbaro-. A esto hay que sumar el castillo de los Duques, la Puerta de Matrera, la que queda del recinto amurallado, y todos sus palacios y casas señoriales. Sin exagerar, una joya. Fue capital de la Taifa de Arcos y ducado. Se nota. La iglesia de San Francisco. (Foto: Turismo Arcos de la Frontera)

2. El Cádiz sin playa. Más allá de Tarifa, de Bolonia, de Los Caños de Meca, de Barbate y Conil, lejos pero no mucho de las playas infinitas y los deseados atardeceres, de los chiringuitos y el wind y kite surf, está este otro Cádiz serrano, el de Arcos, subido a un cerro y asomado al rio Guadalete, y a solo 67 kilómetros de la capital. Más cosas: se roza con Ubrique, que es el reino de la artesanía en piel en nuestro país (y fuera de él), y con el gran Jerez, también de la Frontera. Por situarnos. Los restos de la muralla árabe. (Foto: Turismo Arcos de la Frontera)

3. Vaya, vaya… sí la hay. Es artificial, de 250 metros de largo su orilla, pero tiene hasta restaurante con terraza y club náutico, con lo que se puede practicar pádel surf, piragua, vela, esquí acuático, dar un paseo en barca y bañarse, claro. Se llama El Santiscal y está en el paraje natural Cola del Embalse de Arcos, un lugar perfecto para avistar aves (el águila pescadora o el ánade real).

4. Artesanía a gogó. Arcos es, se mire por donde se mire, para volverse loco (de placer). También en cuestiones de artesanía, porque no solo le da a la cerámica -encontrarás talleres de alfareros-, sino también a los telares -los hay que datan del siglo XVIII-, el esparto y el hierro forjado. Lo que pasa cuando uno viaja a Marruecos, pero aquí.

Este es de los pueblos que crean una especie de adicción, tipo Altea, Mijas o Frigiliana, por no hablar de Paros, en la Grecia del mar Egeo. Arcos de la Frontera es un rosario de monumentos, cierto, pero en sí, por dónde está, por cómo está y por su proverbial blancura, que decíamos de Vejer, también una obra de arte. Bello que no se puede aguantar, que se note que estamos en el sur. Aquí hay duende y poderío para dar y regalar. Nos vamos.  1. Una puerta a los pueblos blancos. No podía haber un comienzo mejor para la Ruta de los Pueblos Blancos, la que te llevará por Setenil de las Bodegas, Zahara de la Sierra o Grazalema. Arcos de la Frontera es muy moro -su trazado y sus laberínticas calles lo delatan- y también muy cristiano -el despliegue de templos, capillas y conventos es bárbaro-. A esto hay que sumar el castillo de los Duques, la Puerta de Matrera, la que queda del recinto amurallado, y todos sus palacios y casas señoriales. Sin exagerar, una joya. Fue capital de la Taifa de Arcos y ducado. Se nota. La iglesia de San Francisco. (Foto: Turismo Arcos de la Frontera)  2. El Cádiz sin playa. Más allá de Tarifa, de Bolonia, de Los Caños de Meca, de Barbate y Conil, lejos pero no mucho de las playas infinitas y los deseados atardeceres, de los chiringuitos y el wind y kite surf, está este otro Cádiz serrano, el de Arcos, subido a un cerro y asomado al rio Guadalete, y a solo 67 kilómetros de la capital. Más cosas: se roza con Ubrique, que es el reino de la artesanía en piel en nuestro país (y fuera de él), y con el gran Jerez, también de la Frontera. Por situarnos. Los restos de la muralla árabe. (Foto: Turismo Arcos de la Frontera)  3. Vaya, vaya... sí la hay. Es artificial, de 250 metros de largo su orilla, pero tiene hasta restaurante con terraza y club náutico, con lo que se puede practicar pádel surf, piragua, vela, esquí acuático, dar un paseo en barca y bañarse, claro. Se llama El Santiscal y está en el paraje natural Cola del Embalse de Arcos, un lugar perfecto para avistar aves (el águila pescadora o el ánade real).  4. Artesanía a gogó. Arcos es, se mire por donde se mire, para volverse loco (de placer). También en cuestiones de artesanía, porque no solo le da a la cerámica -encontrarás talleres de alfareros-, sino también a los telares -los hay que datan del siglo XVIII-, el esparto y el hierro forjado. Lo que pasa cuando uno viaja a Marruecos, pero aquí.